Compartimos las palabras que como familia quisimos dedicar a la memora de nuestro adorado César Ignacio Velandia Romero, esposo, padre, suegro, abuelo y bisabuelo. Homenaje a un hombre bueno, César Velandia Romero.
Las leí en la Catedral Diocesana de Zipaquirá en la ceremonia de exequias de mi padre este martes 15 de julio de 2025.
Mi padre fue el sabio contemporáneo que enalteció el poder de la bondad, se inventó el modelo del hombre bueno.
Su biografía en las enciclopedias digitales diría: filósofo y pensador humanista latinoamericano que experimentó el poder de la empatía, de la simpatía y la filantropía. Con sus métodos y experimentación reveló que con actitudes y gestos de bondad o de ternura, con un amor sin límites, centrado en las personas al margen del dinero y los demás bienes materiales, se construye el concepto de familia y de sociedad-
Mi padre derrotó a la soberbia, ese demonio gigante que nos entorpece tanto en nuestras relaciones con los demás. Su lección más contundente y transformadora fue esa. Nunca fue un hombre presumido ni ostentoso, todo lo contrario, noble y humilde, sereno, observador, atento a las necesidades del otro, convencido de que todo es posible y puede lograrse.
Sabiduría, nobleza, bondad y altruismo fueron algunas de sus virtudes más elocuentes- Y esto lo tradujo en palabras castizas en su filosofía de vida, confiar en Dios, creer en el otro, ponerse en sus zapatos y brindarle amor sin límites, sin condiciones, con todas las expresiones y formas posibles. Como lo hizo con su amada esposa, su vieja, que fue su ídolo y su faro, su amor platónico, su gran amor. O con sus hijos, a los que acompañó, amparó, perdonó y amó con absoluta dedicación.
No en vano, la canción que más le gustaba, porque disfrutaba de escuchar boleros, la música andina colombiana y los clásicos vallenatos, la escogió porque su letra retrata una identidad magnífica con su pensamiento: «He sufrido tantas penas, por ser mi alma tan buena y no poderla controlar. Qué pesar, si nunca he dado motivos, no conozco el egoísmo y a nadie le hago mal».
Una canción que habla de la lucha contra la adversidad, la aceptación del camino de Dios, y la importancia de mantener la integridad personal a pesar de las circunstancias. Una crítica para una sociedad que a menudo valora las apariencias y el éxito material sobre las personas, la verdadera bondad y la sencillez.
Mi padre fue un hombre excepcional, único. El único que atajaba un penalty con la cabeza en una cancha de microfútbol, él único que se aprendió, con una memoria de prodigio, los números de carné de cada uno de más de dos mil compañeros de su amada Peldar, a la que dedicó más de 55 años de su vida. El único que escuchaba la radio deportiva todo el día en su transistor de pilas, que se negó a cambiar para tecnologías digitales. Único porque supo disfrutar su vida en el bienestar del seno familiar, al margen de vicios, conductas reprochables o adicciones. El único que supo cambiar cualquier riqueza o fortuna material por su tesoro más grande, un momento en familia y acompañado de su esposa, sus hijos, nietos, nueras y bisnietos.
Nuestro Chechongo fue único y ejemplar, un modelo, un maestro y un inspirador, un hombre genial, que jamás tuvo que escribir un libro, ofrecer una conferencia o lanzar un grito para dar una lección, enseñó con el ejemplo, enseñó con su vida, que fue una obra maestra maravillosa y un manual del amor.
Amó el deporte en todas sus expresiones y dimensiones, amó su trabajo y lo hizo con responsabilidad y con rigor, amó a su familia, y sobre todo, amó a Dios y a la vida
Su lenguaje cotidiano estuvo lleno de dichos, refranes, símiles y metáforas que supo adaptar graciosamente en cada ocasión, como buen cultor de la sabiduría popular, y que hizo famosos entre quienes frecuentaron su vida cotidiana, que no fueron pocos.
Solía decir después de un nuevo acierto, una nueva decisión o un pronóstico deportivo, su célebre frase: “poquitico lo que sabe Cesitar”. Más recientemente, en el interior de su familia, y como una forma de protección repetía una frase que se volvió coro contra las decisiones arriesgadas o los actos imprudentes: “no inventemos pendejadas”, decía.
Y cuando terminaban las actividades, los partidos de fútbol, los paseos, las reuniones o los encuentros de la familia, mi padre adoptó un adagio prestado de los escenarios musicales y de los ambientes de serenata, que se volvió máxima en su propia existencia este domingo 13 de julio a las 11 y 34 de la noche, “nos fuimos con el falsete, que se acabó la canción”
Estoy seguro de que mi padre subió al Cielo con tres propósitos en su mente: el primero, sentarse al lado del Padre Celestial y disfrutar el placer de la vida eterna; el segundo, estar más cerca de la luna para agarrarla entre sus brazos, llevársela a su esposa, a su viejita y entregársela como una nueva muestra de su eterno amor, y el tercero: darle un momento de alegría a más de 5 millones de personas de Bogotá, Cundinamarca y el mundo, agarrar la estrella 17, la 18, la 19, la 20 y todas, y ponérselas al glorioso escudo de su amado Millonarios.
Te amaré por siempre mi viejo adorado, te pido perdón por los malos momentos, y gracias infinitas por permitirme el enorme privilegio y el honor de haber sido tu hijo.
NOVELA
Gracias Zipaquirá
Expresamos como familia nuestra gratitud a todas las personas e instituciones que manifestaron sus expresiones de solidaridad y cariño en esta situación, y a quienes compartieron con él en su experiencia de vida.
Homenaje a un hombre bueno, César Velandia Romero

Homenaje a un hombre bueno, César Velandia Romero
