El cuadro de Millonarios atraviesa una de las peores crisis institucionales y deportivas de su historia reciente.
La nueva y bochornosa derrota como local frente a Unión Magdalena no solo consolida su inédito e histórico último lugar en la tabla de posiciones, sino que fue la gota que rebalsó la paciencia de una hinchada herida y humillada.
El emblemático estadio El Campín fue testigo de una protesta simbólica y contundente: una lluvia de zapatos (tenis) al campo, un gesto de burla y desprecio que se ha viralizado y convertido en el epicentro de las burlas en el ambiente futbolero de Colombia, evidenciando la magnitud de la decadencia.
El descontento de la barra embajadora, que venía creciendo desde la primera fecha, ha escalado a un nivel crítico. Tras el partido, las manifestaciones se trasladaron a las afueras del estadio, sobre la Carrera 30, donde la ira se transformó en cánticos y consignas que exigen cambios profundos.
El entorno del club azul es una olla a presión, con un ambiente enrarecido que empeora con el avance del torneo y la perpetuación de un desempeño catastrófico: de 18 puntos en disputa, Millonarios apenas ha logrado sumar uno, un registro que hunde al equipo en la más absoluta miseria deportiva.
El blanco inmediato de la furia popular es el director técnico, David González, que en la rueda de prensa confirmó que los directivos le comunicaron su salida del club.
Bajo su mando, el equipo careció por completo de identidad y funcionamiento.
Su propuesta se caracteriza por una improvisación táctica alarmante, reflejada en una impotencia ofensiva absoluta —incapaz de generar peligro— y, lo más grave, en una defensa escotada y frágil que regala espacios y goles.
La lamentable imagen que proyecta en cada partido es el fiel reflejo de una plantilla desmotivada y con un nivel individual lastimosamente bajo, lo que ha llevado a que su salida sea la demanda unánime de la afición.
Sin embargo, la responsabilidad última de este desastre trasciende por completo al banquillo y se instala en los despachos de la dirigencia y el grupo empresarial propietario del club.
La crisis no es coyuntural, sino el resultado de una pésima planificación deportiva y una gestión cortoplacista.
La directiva, encabezada por Gustavo Serpa, y la propiedad del club son los máximos responsables de haber construido una plantilla desequilibrada, sin los refuerzos de calidad necesarios para reemplazar a piezas clave que partieron, y de haber confiado el proyecto a un cuerpo técnico sin un plan claro ni la experiencia para revertir la situación.
La falta de una visión de largo plazo, los errores en el mercado de pases y la aparente desconexión con la realidad del equipo han llevado al gigante azul a esta situación sin precedentes.
Mientras la afición clama por soluciones estructurales, la dirigencia parece navegar en la indecisión, cargando con el peso de haber permitido que el club más laureado de Bogotá toque fondo en el campeonato. El futuro inmediato exige más que un cambio de técnico; exige un replanteamiento total de la ambición y la gestión del club.
Millonarios toca fondo: burlas, memes y protestas de la hinchada

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